La receta es tan sencilla que casi da apuro de escribirla, pero si no se hce con sumo cuidado, arruinaremos una materia prima muy cara, o sea, un pecado imperdonable (yo las probé en otra marisquería de batalla y lo que llegó a mi mesa eran unas cáscaras con algo reseco y asqueroso, pegado, como si fuese..., ¡puaj!). Se requiere un cierto juego de manos.
Primero se prepara un picadillo de ajo y se coloca en una sartén a fuego moderado para que tome calor pero sin freír.
En otra sartén o plancha, muy caliente, humeante, ponemos todas las almejas de golpe. Es un espectáculo graciosísimo, porque estas, al notar el calor intenso en una de sus conchas, suelta el músculo prensor y se abre, pero quedando pegada a la concha fría, o sea, a la de arriba.
Es una forma sencillísima de abrirlas para comerlas prácticamente crudas.
A partir de ahí sí que hay que moverse con soltura. Las sacamos una a una según se van abriendo, subimos el fuego del aceite con ajos y, cuando empiece a coger color y tengamos todas las almejas en el plato, las rociamos con ese aceitito, procurando repartirlo con una cuchara para distribuir equitativamente los ajitos.
Se sirve rápidamente para que lleven calientes a la mesa.
Una alternativa mucho más barata pero igualmente deliciosa, es hacer lo propio, pero con berberechos o navajas. En muchos establecimientos los ponen a cocer en una sartén con el ajito sin más. Es mucho más cómodo, pero es difícil de controlar que los bivalvos queden crudos, aunque usando estos, tampoco tiene tanta importancia.
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